Las exigencias del duelo

El proceso del duelo es una tarea que, dependiendo del ser querido que hayamos perdido y la forma como ocurrió esa pérdida, puede traer consigo no solo sentimientos de aflicción sino también un desajuste total de la vida como la conocíamos hasta ese momento.

La pérdida de un ser querido implica casi que un renacimiento de nuestra parte, nuestra vida ya no es la misma, los lugares que frecuentábamos con esa persona se nos antojan diferentes e incluso ajenos, el momento del día en el que conversábamos ahora debemos ocuparlo en otra cosa, las rutinas diarias pierden sentido e incluso, el café que te tomas tiene un gusto diferente.

Qué difícil es pasar, de un día para el otro, a una realidad distinta, a una realidad que puede sentirse totalmente vacía y carente de sentido.

Si bien hay pérdidas que se van dando paulatinamente, y no estoy hablando solamente del fallecimiento de alguien, el tiempo en que la relación o la persona se va alejando parece no ser suficiente para prepararnos a enfrentar el mundo sin él o sin ella.

Algunos cuidamos a nuestros seres queridos en sus procesos de enfermedades terminales, otros van viviendo una relación que cada día se va enfriando y hay otros que sufren la pérdida sin previo aviso, instantáneamente, sin preparación alguna, dando con resultado un nivel de perplejidad que solo conocemos quienes lo hemos sentido.

Nunca sabemos cómo vamos a reaccionar ante estas vicisitudes propias de la existencia, yo he gritado, he llorado, me he desvanecido porque mis piernas no podían sostener el peso de la realidad que estaba presenciando; también he intentado seguir como si nada estuviese pasando, como si no doliera, como si fuese algo más que ocurrió en el día.

Al final de cuentas, independientemente de la reacción, algo se nos rompe internamente y esa ruptura puede llegar a ser tan fuerte que se siente físicamente como si algo nos estuviese lacerando desde adentro.

Incluso a veces pareciera que las lágrimas se secaron, queremos llorar y ni siquiera hay lágrimas que puedan salir; todo permanece adentro, atorado, en caos. Las palabras se atropellan entre ellas o los sentimientos se las llevan por delante y las sensaciones empujan para salir primero, pero hay tanto enredo allí, internamente, que no sale ni lo uno ni lo otro.

El agotamiento físico se apodera de ti, pero tampoco puedes dormir; tu garganta no permite que la comida pase; la temperatura ni se siente o se siente con una intensidad nunca antes experimentada.

Miramos a nuestro alrededor y vemos muchos rostros que puede que no reconozcamos, no precisamente porque no sepamos quienes son, sino porque nuestra mente parece estar levitando en una dimensión diferente.

Es demasiado, es imposible poder plasmarlo usando palabras ya que éstas se quedan cortas y pareciera que no existen adjetivos suficientes para describir lo que nos está ocurriendo.

Cuando mi papá falleció tuve el infortunio de revivir las mismas situaciones que cuando murió mi hermano. Me refiero a encontrar un montón de personas desconocidas dentro de mi casa, policías y personal de Medicina Legal. Ellos apartan a las personas y hacen preguntas, que no recuerdo, de forma individual para encontrar alguna inconsistencia en los relatos; es su trabajo, pero créanme, se siente totalmente inhumano y carente de empatía.

Estas personas van y vienen por toda la casa, suben, bajan, preguntan, observan, toman fotos, examinan cada objeto y cada medicamento que van encontrando. Y qué podía hacer yo sino ser, por segunda vez, observadora y partícipe de semejante ritual perverso.

Sin entender nada, intentando procesar la realidad de lo sucedido, con mi mamá en shock y la mitad de mi mundo totalmente destrozado.

Horas después, muchas horas después, ocurre finalmente el levantamiento y salen por la puerta mientras decenas de vecinos se agolpan y se atropella unos a otros para ver. ¿Qué es exactamente lo que quieren ver?, no lo sé, no sé qué pasa por la mente y el corazón de las personas a quienes les tiene sin cuidado el dolor ajeno y solamente buscan ver algo.

En ese momento perdí completamente los estribos y empecé a gritarle a esas decenas de personas que respetaran y que se fueran, con la mala fortuna de que uno de ellos empezó a contestarme. Créeme querido lector, emergió de mi una furia que no conocía, me fui lanza en ristre hacia esa persona, era un hombre y creería que mi energía era tan densa que él huyó corriendo del lugar y así logré dispersar a la multitud que se agolpaba frente a mi casa.

No me siento orgullosa por haber tenido una reacción así, te lo comparto para ejemplificar el hecho de que nuestras reacciones en esos momentos son totalmente imprevisibles y, por qué no, hasta peligrosas.

Hoy me he reconciliado con la reacción que tuve en ese momento y siendo lo más compasiva posible conmigo misma, entiendo que fue la única reacción que se me ocurrió tener. Nuevamente, era demasiado para mí.

¿Cómo se pudo haber visto esto desde afuera?, seguramente como una reacción totalmente desmedida y salida de toda proporción. Ya no puedo hacer nada para cambiarlo, ya pasó.

Lo cierto es que considero que se nos exige demasiado a las personas que atravesamos por un duelo, o por varios. A nivel social hay comportamientos y posturas que necesitas mantener a pesar de que las personas con las cuales te cruzas en el día a día te miren de la forma como suelen hacerlo. Mantener la compostura ante preguntas totalmente salidas de contexto del tipo: ¿y de qué murió? o ¿qué encontraron en la autopsia?, morderte la lengua para contestar de la forma en que lo harías si no tuvieses que mantener el respeto hacia el otro.

Hay mucho movimiento a tu alrededor cuando sufres una pérdida, varias personas te dicen que puedes llamarlos si los necesitas; lo que ellos no saben es que ni tú mismo sabes qué es lo que necesitas, ¿cómo, entonces, vas a poder llamarlos?

También, en algunos casos, alguien te dice que no llores porque llorar es malo y no sirve de nada; te dicen, una y otra vez, que debes ser fuerte y superarlo. Y tú, querido lector, si has pasado por esto puede que sepas que esas palabras son tanto o más vacías que lo que habita en ti en ese momento.

Por otra parte, están las exigencias familiares, alguien ya no está pero la vida continúa y debes seguir haciéndote cargo de tus responsabilidades. Hay quienes tienen la fortuna de estar rodeados por sus familiares que, si bien pueden llegar a ser un apoyo invaluable, también pueden convertirse en una de las mayores presiones para acelerar el proceso del duelo. Pero el proceso del duelo no se puede ni apurar ni ralentizar, simplemente se vive de forma íntima y personal a la velocidad en la que cada uno puede.

Si tienes un trabajo tendrás algunos pocos días de licencia donde se supone que te recuperas de la pérdida y vuelves a desempeñar tus labores porque, nuevamente, la vida sigue. Y tú lo intentas con todas tus fuerzas, llegas al trabajo a tiempo y te pones en disposición de iniciar tus labores pensando que va a ser un día más y lo vas a lograr. Lo que no se percibe desde afuera es el enorme esfuerzo que estás haciendo, te cuesta pararte de la cama en la mañana, tomar la decisión de ir al trabajo y, una vez allí, haces tu mayor esfuerzo por no llorar cuando alguien te saluda y te pregunta cómo estás. Entonces, haciendo uso de toda tu fuerza interna, empiezas a trabajar; pero a lo largo del día te das cuenta de que te olvidaste de enviar un correo electrónico o de finalizar un informe y ahí caes en cuenta de que tu cuerpo está allí pero tú no lo acompañas, has estado la mayor parte del tiempo distraído.

De igual manera debes cumplir con tus funciones, eres parte de un engranaje que debe estar aceitado para poder funcionar. Lo intentas con todas tus fuerzas pero no logras concentrarte y tu mente se dispersa casi todo el tiempo. Terminas agotado y con más de la mitad de tus tareas sin resolver.

En ese punto puede que sientas que no lo vas a lograr, que no vas a poder atravesar este dolor tan grande que te invade.

Lo que no nos contaron es que esto es totalmente normal que ocurra, solo que no lo sabíamos y por supuesto no estábamos preparados. No sé si alguna vez logremos estarlo por más conocimientos que tengamos con respecto al proceso del duelo.

Lo que sí te puedo decir es que no estás loco, que el proceso funciona así. Te esfuerzas y a veces lo logras, otras veces no; esto no significa que te estés devolviendo, significa simplemente que estás haciendo un gran trabajo de duelo, que no es para nada fácil, y este trabajo no es lineal; vas y vuelves una y otra vez hasta que, en algún momento, la intensidad empieza a ceder y la vida se va tornando diferente.

Empiezas a respirar más calmadamente, ocurre algo que te hace reír y recuerdas lo que se siente reírse. Y, poco a poco, se va dando la reconexión contigo mismo; vas encontrando esa fuerza que creías perdida y entiendes, desde el corazón, que tienes todas las posibilidades de seguir adelante.

No es un camino fácil el que hay que recorrer, pero lo que sí puedo asegurarte desde mi experiencia, es que es un camino de transformación muy profundo. Y si decides recorrerlo de forma consciente tendrás la posibilidad de crecer y asumir la vida desde una perspectiva totalmente nueva, liberadora y gratificante.

Con amor, Carolina.

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