La pesada carga de callar

He conocido varias personas a las que pocas veces he escuchado verbalizar lo que sienten. En la mayoría de ellas puedo notar el dolor a través de su mirada, ríen o sonríen con su cuerpo, pero sus ojos permanecen con una sombra difícil de definir con palabras.

Y es que hay miradas que, de alguna manera, tratan de decirnos que el ser que habita allí adentro ha tenido que enfrentar situaciones de las cuales poco podríamos llegar a imaginar. Hay ojos que han visto cosas tan impactantes que las imágenes quedan grabadas como con fuego en sus memorias. Esas imágenes los acompañan por el resto de sus vidas.

Cuántos sentimientos, sensaciones y reacciones pueden estar incubándose y habitando con respecto a dichas imágenes que son, nada más y nada menos, la representación de lo vivido y, aún así, puede que las personas no hablen acerca de ello.

Podría concluir entonces que estamos haciendo referencia a personas reservadas, como yo, a quienes no les interesa ir por la vida hablando de las cosas que les pasan y de los sentimientos que estas situaciones les generan. Otra opción podría ser que no soy yo la persona con quien prefieren compartir sus sentimiento y vivencias.

En cualquiera de los dos casos está muy bien, cada uno de nosotros es libre de elegir qué cosas compartir, cuáles no y con quién hacerlo.

Aunque también me surge pensar en otras posibilidades: puede que consideren que lo ocurrido o lo que están sintiendo no es tan importante como para compartirlo, también podría ser que prefieran trabajarlo internamente consigo mismos, bien sea para no incomodar o porque simplemente es la manera que les resulta útil trabajarlo; incluso, también podría pasar que no sepan cómo hacerlo.

Todas las posibilidades planteadas son válidas puesto que lo que tú decides hacer o dejar de hacer es totalmente válido, tienes el derecho a decidir tu postura ante la vida y a tomar las decisiones que consideres que son más adecuadas para ti y para tu entorno.

Sin embargo, la inquietud que me surge es: ¿dónde queda guardado todo aquello que no decimos?

¿Será que existe un lugar donde habitan las memorias de nuestra existencia que otorga cierta inmunidad hacia el sentir que éstas producen? O más bien, ¿será que ese lugar donde se alojan puede llegar a colapsar en algún momento teniendo algún tipo de repercusión física, mental o emocional?.

En lo que a mí respecta, hasta hace año y medio, tuve la fortuna de tener a mi lado a un ser absolutamente maravilloso con quién compartir cualquier cosa que me sucediera o que estuviese sintiendo, puedo afirmar que fue la persona más importante de mi vida.

Pero, como nada dura para siempre, ella ya no está.

Y, más allá de todo lo que me pasa con su ausencia, lo cierto es que esa persona con quién hablaba acerca de todo y de nada al mismo tiempo ya no habita este plano en la forma en que yo la conocí y por ello la forma de comunicación con ella cambió de tal manera que no logro recibir una respuesta tangible de las cosas que le quiero compartir.

Creo que no era consciente de lo mucho que extraño la forma como me comunicaba con ella, hasta hace muy poco tiempo; supongo que, entre la negación natural de su ausencia y el impacto de su trascendencia, las pequeñas grandes cosas que compartíamos van apareciendo con el pasar de los días.

Con ella compartía todo, bueno casi todo, seguramente todos guardamos algo para nosotros mismos; el hecho es que siempre fue muy liberador poner en palabras lo que me estaba ocurriendo y saber que estaba siendo escuchada, con esa escucha que solo el amor de una madre puede ofrecer.

Ahora hay momentos en los que me encuentro pensando: ¿y esto a quién se lo puedo contar?, aún no he hallado la respuesta a esa pregunta; simplemente me digo, bueno, quizá no es tan importante por lo que no requiere ser compartido. Pero, esto que me digo, no me lo creo y me deja la sensación de que me falta un pedacito.

Extraño mucho el hecho de poder compartir mis miedos, mis angustias, aunque éstas parezcan absurdas y, por qué no, hilarantes; pero son las cosas que me pasan, es lo que yo siento, es importante y sería lindo compartirlo con alguien que lo reciba con amor. Es necesario para mi entender y aceptar que, por más que alguien me ame actualmente, su amor es diferente al que sentía con y hacia el ser que me trajo al mundo.

A veces, cuando me siento así, decido contárselo al viento, me escucha sin interrumpir y resulta ser un excelente confidente.

De lo que puedo estar segura es de que, por lo menos para mí, es importante poner en palabras lo que me ocurre, compartirlo y reír, aunque sea haciendo uso del humor negro; es una práctica que me funciona, que me reconecta conmigo misma.

Vuelvo entonces a pensar en aquellos quienes no lo hacen y me alcanzan nuevamente viejas preocupaciones, porque tengo la certeza de que aquello que no exteriorizamos se torna más pesado y difícil de afrontar.

Cuando yo verbalizo lo que siento, ojalá con otro ser humano, mi vida se hace más liviana. Logro escucharme a mi misma, fuerte y claro y, durante mi discurso, observo las palabras que uso y la entonación de cada una de ellas, esto me permite encontrar algunas respuestas y formularme nuevas preguntas. Es un regalo precioso el que te da quien te escucha.

En el libro Las Cinco Invitaciones, página 86, encontré la siguiente frase: “Compartir nuestra historia nos ayuda a sanar”. No podría estar más de acuerdo con esta frase, es absolutamente sanador contar todo aquello que nos ha dolido, las experiencias bellas que hemos vivido, las pequeñas y grandes pérdidas que hemos sufrido. El encontrar a alguien que te escuche, no solo con sus oídos sino también con su corazón, puede ser uno de los mejores regalos que te da la vida.

Es sanador poder sacar todas las lágrimas que tienes guardadas, toda la rabia que has contenido, todas las frustraciones que puede que no reconozcas, la descripción de aquellas imágenes que se quedaron contigo para siempre y también, por supuesto, toda la alegría que has podido experimentar a lo largo de los años.

Ríndete ante esta posibilidad, date permiso de volver a sentir y soltar aquello que está obsoleto dentro de ti, regálate la oportunidad de vaciarte para poderte llenar de energía renovada y experiencias maravillosas.

Te invito a que, a pesar de que puedas haber sentido que no fuiste escuchado en algún momento o que las palabras que usaste no fueron las adecuadas, o que quién te escuchó no lo hizo de la manera en que lo necesitabas en ese momento, lo vuelvas a intentar; la vida es demasiado corta para arrastrar cargas tan pesadas, estoy segura de que podrás sentirte más liviano y tendrás la posibilidad de desplegar nuevamente tus alas y volar hacia donde siempre has querido.

Puedo asegurarte, basada en mi experiencia diaria, que existen personas que están dispuestas a escuchar sin juzgarte y a abrir su corazón para que puedas entrar, estás leyendo a una de ellas.

Con amor, Carolina.

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