Anécdota del día – 2

Hay épocas de nuestra vida en donde pareciera haber cierta premura por organizar las cosas en diferentes niveles y tomar decisiones.

Es como si la vida nos jalara de la oreja y nos llamara al orden.

Cuando era niña, en el colegio, me gustaba “capar” ciertas actividades obligatorias (es decir, dejar de asistir a alguna actividad, yendo en contra de las reglas del colegio). Recuerdo que, con una amiga, nos escondíamos en los armarios donde se colgaban los delantales. Sí, querido lector, usábamos delantales y era obligatorio.

Eran salones de clase de más de 40 alumnas por lo que había igual número de delantales, cantidad suficiente para camuflarse debajo de ellos.

Pero los profesores sabían quién era quién y, había uno en especial, lo llamaré Pedro para conservar su anonimato; él sabía nuestros escondites y nos sacaba de ahí jalándonos de las orejas y diciendo, en un tono que se antojaba bastante autoritario, “Señorita, usted no debería estar aquí”.

Hoy siento que la vida está haciendo lo mismo que Pedro, sacándome mediante un jalón de orejas del lugar donde me encuentro. No escucho el tono autoritario, solo percibo una energía que facilita algún tipo de cambio y lo interpreto como algo positivo.

Algunos de nosotros tenemos la tendencia a anclarnos. Nos anclamos a relaciones, lugares, pensamientos, actitudes, empleos, lo que sea. El territorio conocido nos proporciona cierta seguridad.

Hoy no vengo a hablarte de la zona de confort si es lo que te estás imaginando, ya hay suficiente material en la red que puede aportarte al respecto. Mi intención, en cambio, es compartirte un poco de mi vivencia actual que últimamente se presenta exacerbada en ciertos momentos del día.

El lugar donde me encuentro es hermoso, me refiero al lugar físico que habito. Es un espacio grande, iluminado, con naturaleza y detalles que poco se ven en las construcciones modernas que tienden a ser cada vez más reducidas. Lo amo, me siento bien aquí y lo conozco muy bien.

Habito y comparto este espacio con mi mascota que es mi fiel compañera desde hace unos 5 años. Somos ella y yo, dueñas y señoras del lugar.

Y cuando miro alrededor no puedo evitar preguntarme, ¿a quién pertenece este lugar?

Tengo documentos que acreditan que es de mi propiedad, pero mi pregunta va mucho más allá. ¿A quién pertenece un lugar?

Los lugares, ¿realmente pertenecen a quien los habita?

Y mi reflexión no pasa por la transacción económica que se debe hacer para adquirir bienes y servicios, para efectos de esta disertación eso carece de importancia.

El lugar que habito fue construido por allá por los años 70’s, en una más de las conquistas de territorios que progresivamente van haciendo las ciudades, extendiéndose donde antes solamente había tierra fértil o no, y terrenos que parecían no ser de nadie en particular.

Este lugar de ladrillos, paredes, escaleras y un lindo jardín era más que una casa, era el sueño de una familia que quería establecerse y crecer hacia finales de los años 70’s. Un matrimonio que ya contaba con un bebé y esperaban poder establecerse en un lugar más cómodo para poder traer otros hijos al mundo.

Era un lugar ideal, grande, bonito, con jardín y rodeado de nuevos vecinos que compartían tal vez los mismos sueños y etapas similares de vida. Los inicios de una familia modelo como se concebía en aquella época.

Con no poco esfuerzo el matrimonio elige y compra el lugar, pagado a muchas cuotas porque los inmuebles requieren de desembolsos considerables.

Y empieza aquí su vida de ensueño, la construcción de nuevas ilusiones, de vivencias, de aventuras con el bebé que va creciendo y la nueva vida que se asoma.

Pareciera que hay mucha felicidad en el ambiente porque se tiene casi todo lo que un matrimonio en sus inicios podría desear.

Y la vida va pasando, los niños van creciendo y van conociendo otros niños. La vida social se va construyendo y el futuro parece ser tranquilo y prometedor.

Luego empiezan a pasar cosas, como en la vida de cualquier persona. Emergen situaciones para las cuales no se puede estar preparado y la familia tambalea, pero se sostiene. No me preguntes cómo querido lector porque no lo sé, el caso es que se sostiene.

Anteriormente en las familias había pilares muy fuertes, eran épocas diferentes en donde las personas actuaban de manera distinta. No sé si era mejor, solo sé que era diferente y que en esas diferencias se cimentaban bases familiares que hoy en día no existen.

Los sueños de esa familia se convierten en otra cosa y la familia empieza a desaparecer por la ley natural de vida y muerte. De 4 personas solo queda 1: quien escribe este relato.

Entonces, siendo un lugar donde una familia, hace casi 50 años, proyectó su futuro y los sueños que tenía en la vida; si la familia ya no existe ¿a quién pertenece el lugar?

¿Acaso pertenece a todas las memorias que contiene?, ¿pertenece a las almas que ya no habitan un cuerpo físico que ocupe espacio en él?, ¿pertenece a quien quedó? o acaso ¿pertenece a personas totalmente ajenas a esta historia?

Quizás nos pertenece a todos y a nadie al mismo tiempo.

Quien escribe este relato también tiene una fecha de caducidad que no sabemos cuál es. ¿Qué sentido tiene entonces aferrarnos a algo si finalmente nada es nuestro?

Vuelve la vida y aparece con su jalón de orejas, llamando al orden.

Siento el jalón y agudizo mis sentidos para percibir más allá del calor que el jalón deja en mi oreja. Escucho, pero no hay palabras, abro los ojos, pero no hay imágenes.

Me siento, cierro los ojos, respiro profundo e intento conectar con el mensaje para así poder tomar las decisiones que me permitan transitar el tiempo que me queda con los pies en la tierra, pero sin dejar de soñar.

Entonces, de repente, brotan de la nada los sueños de una niña que había idealizado su vida según las programaciones mentales de la época en la que creció y en las esperanzas, hoy difuminadas, de la promesa, que nadie le hizo, de un futuro feliz que contenía ingredientes dulces para hacer de la vida un delicioso manjar digno de ser saboreado trozo a trozo.

Miro hacia atrás y nuevamente me hago consciente de que eso ya no fue, fue reemplazado por otras vivencias, por otros aprendizajes, por un camino de crecimiento que llenó mis zapatos de pequeñas piedras haciendo que su transitar no fuese un baile, que dejó heridas en los pies a medida que fue caminando, unas veces lento, otras un poco más rápido y las otras en una carrera vertiginosa contra el tiempo.

No es un escrito de desesperanza, querido lector. Al contrario, es un escrito que honra cada vivencia, cada lágrima, cada sonrisa, cada abrazo, cada palabra y cada sueño.

Puede que la vida no haya sido lo que tu mente inocente creía que iba a ser, no por eso deja de ser el camino de mayor aprendizaje que tu alma decidió recorrer.

Y estoy aquí, contigo acompañándome a través de esta historia. Merece la pena todo lo que ha pasado, merece la vida ser vivida.

Abrir los ojos en la mañana y agradecer por estar vivo, más allá de las circunstancias actuales, estás vivo, estoy viva y con eso ya tenemos todo lo que necesitamos para seguir construyendo aquello que aún no es pero que, día a día, hacemos posible.

No se trata de llegar a una meta, se trata de vivir plenamente las experiencias que se van presentando para que, cuando la fecha de caducidad se acerque, seamos conscientes del camino recorrido y nos sintamos plenos de haberlo transitado de la mejor manera posible.

Con amor, Carolina.

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